Piedras en el camino

 


Nuestro viaje junto a otros humanos se da en un camino que a veces se llena de piedras. Estas piedras son los errores o pecados. Curiosamente las piedras que vemos más grandes son las de nuestro compañero de viaje. Nuestras propias piedras siempre las veremos pequeñas. Es más, con el tiempo y la experiencia hasta las hemos aprendido a esquivar. Pero ¡Qué terrible! cuando en frente nuestro nos encontramos con esa “roca gigante” de nuestro prójimo. Sentimos que hay un gran obstáculo que no nos permite continuar alegremente el viaje.

Instintivamente miramos a nuestro compañero y lo primero que le decimos es: “Hazte cargo de tu piedra. Estábamos teniendo un buen viaje hasta que apareciste con esa horrible piedra ¿Por qué no me haces el favor de hacerme más agradable el viaje, de suavizarme el camino?  ¡Es lo justo!”

En el transcurso de los años me he dado cuenta que esa “justa” solución no es precisamente la más común. Pasan los años y seguimos topándonos con las mismas piedras de nuestro compañero. Es más, van a apareciendo, cada cierto tiempo, unas nuevas. Y la verdad es que por más que anhelemos un viaje sin piedras, siempre las encontraremos, de diferentes tamaños y formas. Esto pasa al menos en este trayecto del viaje transcurrido en la tierra. Una tierra rota y llena de dolor por el pecado.

¿Desaparecerán esas piedras tan solo con desearlo o pedirlo? ¡No! Esa piedra grande que tienes hoy en frente tuyo sigue ahí, no se ha movido y tal vez no se vaya a mover nunca. Recuerda que el pecado de nuestro prójimo es su responsabilidad, no la nuestra. Esa persona le tendrá que rendir cuentas a Dios en algún momento.

Y mientras tanto, ¿seguirás ahí con el corazón dolido y enojado, porque sigues pensando que no es justo y porque sigues anhelando un viaje sin piedras? A estas alturas necesitamos entender que esas piedras, por ahora son parte de la vida.

La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Qué voy a hacer yo para continuar mi viaje a pesar de las piedras? Si buscamos en Dios una respuesta, la Palabra (Biblia) nos da una guía: “El amor cubre multitud de pecados” (1 Pedro 4:8)

¿Y esta verdad es solo aplicable para Dios en cuanto a su relación con un mundo pecador? ¿O es posible también que lo apliquemos entre nosotros, los mortales? El amor que cubre multitud de pecados es un amor que es tardo para enojarse, que perdona, que todo lo soporta y que no guarda rencor (1 Corintios 13). Ya Dios nos está dando una receta para esquivar estas piedras y continuar con agrado el viaje de la vida.

Pero me dirás: ¡Dani, eso ya es de otro nivel! Y la verdad es que sí. Esta clase de amor no es humano, es divino, y solo con Jesús en nuestras vidas lo podríamos manifestar.

Muchas veces el enojo, dolor y resentimiento que sentimos cada vez que nos encontramos con una piedra de nuestro prójimo en frente, nos sesga la visión y opaca todo el paisaje que seguramente hay a nuestro alrededor.

¿Qué haremos la próxima vez que nos encontremos con una gran piedra de nuestro compañero en el camino? Está en nuestras manos poder elegir el amor por sobre todas las cosas. Un amor que prefiere apreciar los hermosos parajes que el viaje ofrece y que no permite que unas cuantas piedras robe el gozo de la travesía.


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