Santa maternidad

Nathan está a pocos días de cumplir 2 años. Él logró nacer a través de una cesárea de emergencia. Recuerdo estar postrada en la mesa del quirófano, bastante triste porque mi ilusión siempre había sido parir naturalmente, pero con paz en mi corazón y con total confianza que aún en medio de ese giro repentino, estaba el Señor. Sentía una paz parcial que no se completó hasta que Nathan nació unos cuantos minutos después. Lo escuché llorar por primera vez y me lo acercaron para poder verlo. ¡Todo salió bien! En ese momento, absolutamente nada más me importaba. Que si salía viva o no de esa mesa, me daba lo mismo. ¡Mi hijo estaba vivo y estaba bien! Eso era para mí lo más importante en ese momento.


Los siguientes días fueron muy duros. El dolor de la incisión era tan molesto que se me hacía muy difícil incorporarme y caminar erguida. Sentía como si literalmente me habían partido en dos y me habían vuelto a coser. Hoy, al recordar esto, puedo afirmar que desde que nació Nathan, sigo siendo partida en dos. Partida en forma figurada y en un buen sentido. Aunque de manera dolorosa, puedo decir que, también gloriosa.

Cuando nació mi hijo, todo cambió. He vivido estos dos años un proceso de muerte y sepultura para que mi hijo pueda vivir. Literalmente, toda madre entiende el luto que se vive cuando se materna. Nadie, absolutamente nadie más, puede entenderlo. ¡A parte de Dios!

Antes de que naciera Nathan, muchas madres me habían advertido que mi vida acabaría, que mis horas de sueño disminuirían, que mis múltiples proyectos se paralizarían, que mis rutinas personales cambiarían, todo por dedicarme a criar a un bebé. Tomé cada una de estas palabras como un emocionante y hermoso desafío. ¡Venga, estoy lista! -pensaba.

Pero una cosa es la expectativa y otra muy distinta la realidad. Morir de esta manera puede llevarte a niveles de madurez impensables, pero eso no quita lo doloroso que es. Mis ojos se han secado de tanto llorar por mil y un razones, a veces por cansancio, a veces por soledad, a veces por incomprensión, a veces por enojo, a veces por frustración, a veces por culpa, a veces por asfixia, a veces por, por y por… ya les dije, miles de razones. ¡Ah!, pero también, muchas lágrimas son derramadas de felicidad y gratitud, al ver a tu bebé lactar de tu seno, sosteniendo una mirada directa a tus ojos y a tu corazón llena de amor y ternura, verlo dormir muy confiado a tu lado, sentirlo en tu regazo tan tuyo, y sentir que a su vez eres tan suya, son experiencias únicas.

Pienso yo, en lo que llevo de vida, que después del matrimonio, la segunda experiencia más santificadora, es la maternidad. No me considero una madre experimentada, todo lo contrario, soy un madre novata, que a penas tengo aprobadas las materias de los 2 primeros años de todo el programa. Pero si les puedo decir, que soy una buena aprendiz.

A continuación, quisiera registrar y compartir lo que el Señor me ha enseñado hasta hoy. No quiero que piensen, que todo lo que les comparto lo hago perfectamente cada día. Confieso que fallo mucho. Mi maternidad no es perfecta, pero si puedo asegurar que es sincera. (Esta frase la escuché hace muy poco por ahí y me identifiqué mucho).

A “ESTAR” más que “HACER”. Para una persona como yo, el dejar de HACER para SER o ESTAR, ha sido y sigue siendo un gran desafío. Soy una persona muy hacedora y lo primero que la maternidad me enseñó fue, que las personas son más importantes que las cosas. Me gusta hacer cosas todo el tiempo. Siempre ando inventando proyectos o emprendimientos nuevos o experimentando algún hobby diferente. Me gusta también tener mi casa ordenada, limpia y linda todo el tiempo. Hacer todas estas cosas y al mismo tiempo criar a un bebé es como tratar de hacer malabares 24/7, es insostenible y penosamente agotador. Hace poco leí una frase sobre maternidad muy cierta: “Criar a un bebé no es difícil, lo difícil es criar un bebé y querer hacer otra cosa al mismo tiempo”. Muchas veces por querer lograr hacer todo lo que se quiere o se “tiene” que hacer, le restamos tiempo y atención a nuestros hijos. He aprendido en estos dos años a hacer menos de cualquier cosa y estar más para mi hijo. He aprendido a parar de hacer cualquier cosa, para mirar a los ojos a mi hijo, prestarle mis oídos, prestarle mis brazos, mis manos, mi cuerpo y toda mi atención. He aprendido que los proyectos vienen y van, pero a mi hijo lo tendré solo una vez en mi vida así como está. Es muy probable que el mejor legado que dejes en este mundo no sea algo que hagas, si no una persona a la que crías.

A vivir más en calma. Otra cosa que hago, a parte de hacer varias cosas a las vez, es hacerlo todo rápido. Pienso siempre: “si termino hacer esto rápido, puedo hacer luego otra cosa más”, y así hasta el infinito. Con un bebé el juego cambia. Ya no es posible jugar a la velocidad con la que jugaba. Hay una canción que me gusta mucho de Majo Solis que dice algo así: “De tanto correr, correr, me cansé, sentí no respirar, y no poder ya más. Intenté, traté y me esforcé en ser la más veloz, creyendo así podría ser feliz. La carrera de la fe no es la que trata de velocidad, es aquel que se detiene por alguien más que podrá avanzar.” Está canción resume todo este punto, no tengo nada más que agregar aquí.

A vivir en santidad y reflejar a Cristo. Las referencias más tempranas que mi hijo tendrá sobre Dios en su vida, serán de sus padres. De sus padres aprenderá todo lo que se hace y lo que no. Y eso no lo aprenderá mayormente de palabra, lo aprenderá con nuestro ejemplo. Leerle la Biblia todos los días no lo hará más cristiano. Nuestra conducta será lo que lo acerque o lo aleje de Dios, nuestra conducta es la que modela lo que es Cristo y el cristianismo para él. Si aprende bien o aprende mal algo sobre Dios, la mayor responsabilidad será de sus padres. Ser padre y madre es una gran responsabilidad. Ahora más que nunca, necesito a Cristo en mi vida. Necesito aplicarme con Él. Es el tiempo de gracia que Dios me da para santificar lo que no ha sido santificado en mi vida. Y es algo que no puedo dejar para mañana, porque mi hijo no para de crecer.

A fortalecer mi matrimonio. Al contrario de lo que el mundo piensa y dice, que los hijos dificultan y enfrían las relaciones matrimoniales, los hijos deberían potenciarlas. Es muy crítico el poder jugar y paternar en equipo. La relación que marcará profundamente la vida de nuestro hijo, será la relación de sus padres. Aprenderá como ser esposo de su padre, y como debe ser una esposa, de su madre. Uno de los mejores regalos que puedo darle a Nathan es la relación sana que vivo con su padre.

A cuidar de mí. Un error que creo que toda madre novata comete es dejarse para el último en todo. Ser la última en comer, en bañarse, en dormir, en socializar, en hacer algún deporte, etc. Si bien es cierto la maternidad es un morir continuo a nuestros deseos egoístas y a nuestra carne, existen ciertos hábitos básicos que toda persona por salud física y mental necesita, como las que he nombrado. Una madre que no cuida de sí misma, es un madre enferma, y una madre enferma no puede servir a nadie. Esto lo aprendí de las indicaciones de seguridad que te dan en los aviones antes de despegar. La mascarilla de oxigeno se la debe colocar primero el adulto para poder luego ayudar a los más pequeños. Esto no es egoísmo es sentido común. Cuando una madre no cuida de sí, le está dando un mensaje inconsciente a su hijo: “mamá no es valiosa, no es importante si mamá se queda sin comer, etc”.

A dejar la culpa. Hoy más que nunca existen miles de consejos y tips sobre maternidad en línea. Muchas de nosotras, a veces caemos en la trampa de querer aplicarlo todo en nuestros hijos. Y si alguno de esos consejos no alcanzamos a ponerlo en práctica, nos sentimos muchas veces culpables o sentimos que no estamos haciendo bien el trabajo. Sumado a esto, las madres recibimos continuamente observaciones y consejos no solicitados, pero de “muy buenas intenciones”, que no hacen nada más que añadir más presión de la que ya tenemos. La culpa llega tarde o temprano. Yo no la había experimentado, sino hasta después del primer año de Nathan. Antes de eso, creía ser la mejor mamá del mundo mundial. Pero ahora que Nathan está más cerca de los 2 años, el desafío cada vez es mayor y últimamente tuve una crisis en donde me sentía derrotada, como que la maternidad se me había salido de las manos. Como madres, necesitamos no ser tan duras con nosotras mismas, aprender a felicitarnos, a recordar que estamos dando todo lo mejor que tenemos, que nuestra maternidad está lejos de ser perfecta pero que todo nuestro amor y esfuerzo son sinceros. Una frase que esta última semana me animó y afirmó mucho en mi llamado como mamá, es que Dios me eligió a mí, a nadie más, para ser la mamá de Nathan, me eligió porque sabía que yo era la mamá que Nathan necesitaba, tal cual, con todas mis virtudes y defectos.
A pedir perdón. Los padres nos equivocamos y es importante ser humildes y reconocer cuando lo hacemos. Después de ponernos a cuentas con el Señor, es importante pedir perdón a nuestros hijos si los hemos lastimado u ofendido. Cuando hago esto con Nathan, tanto su corazón como el mío son sanados al instante. Yo he encontrado en esta práctica mucha libertad, al despojarme de mi gran fachada de perfección ante mi hijo. Esto a su vez moldea el carácter de nuestros hijos. Ellos aprenden por medio de nuestro ejemplo lo que es correcto hacer cuando se peca.

A orar. Una de las cosas que hacemos como padres cristianos es enseñar a nuestros hijos a orar. La oración para un cristiano es algo muy común. Muchas de nuestras oraciones diarias son mentales y en silencio. Con Nathan he aprendido a orar en voz alta y esto ha enriquecido mucho mis tiempos de oración. Debo confesar que jamás fui una cristiana que apartara un tiempo determinado a diario para orar. Oraba solo en mi mente y corazón en cualquier momento. Y esto sigue siendo así. Pero, al enseñar a orar a mi hijo, tuve que hacer las oraciones audibles. Por lo general oro junto a Nathan en las noches antes de dormir. Al comienzo oro de manera sencilla, siendo yo la voz de Nathan hablando al Señor, luego Daniela ora y tengo un hermoso tiempo con el Señor. Esas oraciones son llenas de súplicas, alivio y de mucha gratitud, y en muchas ocasiones llenas de lágrimas. Mi hijo, como un buen compañero de oración, siempre seca mis lágrimas y me consuela. Este habito diario ha fortalecido mi relación con el Señor y me ha hecho tanto bien, que he decidido hacer lo mismo por las mañanas, apenas me levanto. He descubierto que mis días son totalmente diferentes, al poder en oración audible cada mañana entregar mi vida al Señor. Algo especial ocurre cuando usamos nuestra boca para orar y dedicamos nuestros cuerpos y mentes en quietud al Señor sin prisa alguna, antes de hacer cualquier cosa y empezar el día.

Por ahí, algo de esto anime a alguna mamita. Mucho ánimo colegas, compañeras de milicia. No tengas en poco tu rol como mamá. Que Dios siga pastoreando nuestras vidas como sus ovejas amadas, y sigamos confiando que de la misma manera Dios pastorea a nuestros corderitos. ¡Somos suyas por siempre!

Comentarios

Entradas populares