Lo que aprendí en el año que Dios me mandó a descansar

Aprendí:
- Que mi valor no depende de lo que hago. Mi valor proviene de quien soy. Soy lo que Dios dice que soy.  He decidido no escuchar ninguna otra voz.
- Que es de valientes empezar desde cero.
- Que no hay que obsesionarse por nada en la vida, esto trae desequilibrio.
- Que estamos formados de tres áreas, alma cuerpo y espíritu, y es un error descuidar alguna de estas áreas. El descuido de cualquiera de estas áreas no es saludable.
- Que tener conocimiento bíblico no es necesariamente un síntoma de una vida espiritual sana.
- Que estar activo en el servicio dentro de la Obra no es necesariamente un síntoma de una vida espiritual sana.
- Que la sanidad del ser es centrífugo, va de dentro hacia afuera. Si tenemos una vida espiritual sana por ende vamos a tener la sabiduría de trabajar en nuestra área emocional en la que tenemos mucho que sanar, y si emocionalmente estamos sanos, el área física que está ligada al alma también lo estará.
- Que soy una P.A.S. (Persona Altamente Sensible), cómo cuidarme y poner límites.
- A no reprimir mis emociones, sino a poderlas identificar y reaccionar ante ellas de la mejor manera.
- Que las relaciones interpersonales son muy saludables para el alma.
- A hacer lo que amo, cumplir mis sueños, hacer lo que me apasiona. Hago lo que amo hoy, porque no sé si mañana existirá.

Llegué a Buenos Aires, Argentina el 11 de marzo de 2016 con una maleta llena de ropa y miles de expectativas en mi mente. Con paz en mi corazón sabía que Dios me había movido de lugar geográfico a donde vivir y comenzar desde cero. El pasaje bíblico que Dios me dio para dar este paso fue:

“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”  Filipenses 3:13-14 (RVR1960)

Nunca hubiera dado este paso si lo que viví a mediados del 2015 no hubiera sucedido, pero ¡sucedió! Pero antes de contar esto, debo ir unos años más atrás.

Recuerdo que a los 18 años tuve mi primer encuentro adulto con Jesús. Es muy importante reconocer estos hitos en nuestras vidas. Estaba enamorada como una niña de Él. Fue cuando me llamó a conocerle más y tener una relación íntima con Él. Dejó de ser un personaje del cual escuchaba desde muy pequeña todos los domingos en la iglesia a ser el Señor de mi vida. Quería que esas historias de la Biblia que había aprendido desde niña se hicieran reales en mí. Así que hice un pacto con Él y le dediqué mi vida, sintiendo que no había nada mejor que vivir para Él. Dios usó como herramienta el Seminario Teológico para enamorarme de Él perdidamente. Sentía que vivía mi primer amor. Amaba servirle en la iglesia y sentía que esa alegría y satisfacción iba a durar eternamente. Pero no fue así.

El Seminario terminó y Dios abrió puertas para estudiar mi carrera de Diseño Gráfico en la Universidad. Creo que fue en este punto que comenzó mi caída. Y no creo que hayan sido las circunstancias las que me hundieron sino mi actitud. Este descenso se iba dando poco a poco de manera oculta en mi interior sin siquiera yo poderlo detectar. Ahora puedo ver para atrás y verme viviendo una gran paradoja. Mientras el mundo me veía escalando en términos y estándares humanos, yo me sentía cada vez más perdida. De repente la Universidad, el servicio en la iglesia y luego el trabajo apagaron mi primer amor y desplazaron a Dios de Su primer lugar. Terminé mi carrera, la cual se la había dedicado a Dios y comencé a buscar más. Trabajé 5 años en una imprenta como diseñadora, siendo una excelente empleada pero sin satisfacción alguna. El servicio en la iglesia ya tampoco me satisfacía, así que encontré en las misiones un mundo nuevo e inexplorado para mí.

Pensé equivocadamente que la sensación de altruismo cristiano que poseen las misiones podía saciar mi insatisfacción. Como buena candidata misionera me esforcé para aprender más sobre el ministerio y cumplir cada uno de los requisitos para poder salir al campo. A inicios del 2015 se presentó una oportunidad para mí. Los meses pasaron y lo único que obtuve fue un agotamiento acumulado físico y emocional.  Así que a mis 31 años de edad, Dios dijo: ¡Hasta aquí llegaste Daniela! Fue en el mes de Agosto que pasé literalmente lo que Job hace muchos años vivió.

“Lo que más temía, me sobrevino;  lo que más me asustaba, me sucedió. No encuentro paz ni sosiego;  no hallo reposo, sino sólo agitación.”  Job 3:25-26 (NVI)

Experimenté varios ataques de pánico en secreto a lo largo de medio año, acompañados de una angustia profunda y finalmente depresión. Pasé dos semanas con estos síntomas emocionales que afectaron enseguida mi cuerpo, enfermándolo aún más. Mis dolores de columna eran insoportables y se me desató una gastritis severa que me provocaba náuseas  y pérdida del apetito.

En medio de mi búsqueda de propósito, me di cuenta que había perdido mi camino y esto no de forma inesperada, sino que fue el resultado de años de sueños frustrados, intentos fallidos y cansancio acumulado. Estaba empecinada en encontrar valor en lo que podía alcanzar y lograr. No me di cuenta hasta ese momento que todo lo estaba haciendo a mi manera.

Fue muy difícil para mí y me tomó mucho tiempo el entender el  Salmo 46:10.

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”. Salmos 46:10 (RVR1960)

Después de pocos meses de mi crisis, en todo el proceso de restauración por parte de Dios, decidí viajar a Buenos Aires. Fueron nueve meses en esta hermosa ciudad, en dónde en primer lugar, experimenté de manera intensa una nueva relación con Dios. En mi intento por pagar cuentas en mi “nuevo hogar”, apliqué para encontrar un puesto de diseñadora, pero nunca encontré empleo. Pasaban los meses y sentía literalmente como Dios me decía: ¡No quiero que trabajes aún! ¡Descansa! De una manera milagrosa, Dios me sustentó durante este tiempo en Argentina. Con este tiempo “libre” no tenía excusa alguna para descuidar mi relación con Dios, así que  conseguí lo que la mayoría de cristianos “cargados y cansados” (como Daniela antes de la crisis) no logran conseguir, que es cuidar el primer llamado que Jesús hace a sus discípulos: Venid en pos de mí. En pocas palabras, regresé a mi primer amor y logré que mi vida gire en torno al sacrificio de Cristo en la cruz que, lamentablemente queda empolvado al pasar de los años como sus discípulos.

En segundo lugar, Dios me dio tiempo para aprender a cuidar de mí, para redefinir las prioridades en mi vida. Concluí que para amar bien a los demás debía amarme bien primero a mí. Logré destruir una gran fortaleza mental que se había erguido a lo largo de mi vida, la falsa ilusión que para ser una buena cristiana, debía anteponer mis necesidades por el bien de los demás. Me di cuenta que por muchos años había entendido mal el versículo:

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16: 24 (RVR1960)

Cuando Jesús habla de negarse a uno mismo y tomar nuestra cruz, está hablando de muerte. Muerte en este versículo, habla específicamente del pecado, no al cuidado de nuestras vidas. Por muchos años había muerto a cosas equivocadas, que estando en Buenos Aires pude vivir. Fui feliz pintando, disfruté una vida social saludable, cuidé mi alimentación y mi salud física, y hasta pude meterme a un curso de guitarra y otro de karate, cosas a las que había muerto equivocadamente en nombre de Cristo.

En tercer lugar, aprendí a superar los desarraigos. Mi vida ha sido un poco movediza por darle un calificativo. No soy de las personas que fácilmente se establecen en un lugar. Sea por un motivo o por otro, termino siempre viajando de un lugar a otro. Y para ser sincera, ningún desarraigo me había dolido tanto como el dejar Argentina y regresar a Ecuador. Pero hasta en eso Dios tuvo un propósito.

Y en cuarto y último lugar, regresando a mi país nuevamente, Dios me confirmó mi llamado. A fines del 2013 abandoné mi último trabajo formal como diseñadora para servirle a Dios tiempo completo en Su obra. Durante los meses que viví en Buenos Aires, dudé de esa decisión que había tomado y a inicios de este año, durante un retiro voluntario para hallar respuestas en mi vida, le pregunté a Dios si Él de verdad me estaba llamando. Esta pregunta se la hice una noche y a la mañana siguiente en mi devocional, una vez más, Dios me daba la misma cita bíblica que durante un año me la había estado mostrando, y no fue hasta que hice la pregunta, cuando hallé respuesta.

“Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús”. Mateo 14:28, 29 (RVR1960)

Hoy me encuentro agradecida con Dios por la libertad que me da de compartir mi experiencia con otros, y por la libertad en la que vivo ahora. Puedo concluir animándote que si has decidido seguir a Cristo, como dice el antiguo corito, no vuelvas atrás. La vida cristiana no resultó ser un Disney Land como creía. Con dolor y llegando hasta a enojarme con Dios, aprendí que para ser discípulo de Cristo debemos ser probados con el fin de ser perfeccionados. Y las pruebas, ¡oh sí! son dolorosas, pero recuerda también que son momentáneas ( 1 Pe. 1:6, 7).  Sigo avanzando, ahora de pie, al Supremo llamamiento de Cristo Jesús, reconociendo humildemente que soy imperfecta y levantando la gracia y el amor de Dios por sobre todas las cosas.

Comentarios

Entradas populares