¿Ser débil es malo?
Dicen los ateos y agnósticos que creer en Dios es sinónimo de debilidad. Y me pregunto ¿ser débil es malo? Tal vez en este mundo en que vivimos, en el que el más fuerte sobrevive, en un mundo que te dice que tienes que elegir entre ser el depredador o ser la presa, obviamente que ser débil es muy malo. En mi caso, creer en Dios es lo mejor que me ha pasado. Desnudar mi debilidad ante Él fue el principio de mi vida.
Una de esas debilidades es la soledad. Hasta el más fuerte en ocasiones ha llorado al sentirse sólo, o tal vez no, solo se ha tragado las lágrimas pensando, que al no mojar sus mejillas, el dolor será menor.
Y no hablo de esa soledad por elección. Esos tiempos de soledad son agradables, saludables y necesarios. Hablo de cuando tu alma necesitó de alguien más fuera de ti y al final no hallaste a nadie. Intencionalmente o no las personas, en ciertos momentos nos hacen sentir rechazados. La realidad es que no siempre otras personas están disponibles para nosotros.
Este rechazo provoca algo en nuestro corazón. Automáticamente como un mecanismo de autodefensa, erigimos inconscientemente una fortaleza: “No necesito de nadie”. Y comenzamos a pensar: “Nací sólo y así moriré. En este juego de la vida, estoy sólo”.
La soledad provoca un vacío en nuestra alma que desesperadamente la tratamos de llenar de miles de formas. Algunos lo hacen con vicios y otros siendo exitosos. Tanto el vicio como el éxito, uno más honorable que el otro, ambos terminan solo siendo analgésicos para el dolor.
El éxito puede significar muchas cosas. Para algunos una carrera profesional en crecimiento, levantar un imperio, ser el más bello o más bella, ser famoso en las redes sociales o un famoso influencer, etc, etc. Tratamos de ser fuertes en nuestros propios términos, forjando una vida y pensando que lo hemos logrado solo con nuestro esfuerzo. Cada día confiamos más en nosotros mismos y menos en los demás.
Otros, aún con algo de ingenuidad y mucha esperanza, buscan matar la soledad con una pareja o teniendo una familia. Y la verdad es que la mayoría de estos proyectos son buenos, pero al final son pura fantasía. ¿Por qué? Porque son efímeros. Todo esto, en cualquier momento puede desaparecer. Nada de esto borra la debilidad que hay en nuestro corazón.
Avanzamos y seguimos pensando: “como soy sólo, no le debo nada a nadie, no tengo que rendirle cuentas a nadie, peor pedir perdón por algo”.
Y todo esto no me lo he inventado, todo esto lo he vivido. Hasta mis dieciocho años viví así, buscando desesperadamente llenar el vacío que había en mi alma y finalmente encontré a Jesús. Y no es que no conocía nada de Él. Al contrario había ido a la iglesia toda la vida y tratado de ser una buena niña siempre, pero nada de eso llenaba ese vacío. Lo conocía a Jesús intelectualmente, pero no había creído en Él y en todo lo que me ofrecía hasta ese punto.
En una ocasión, una mujer pecadora se le acercó a Jesús y arrepentida fue directo a sus pies y derramó un frasco de perfume muy caro (Lucas 7:36-50). Con sus lágrimas lavaba sus pies y con su cabello los secaba. Jesús la miró y le dijo: “tus pecados te son perdonados”. Esta mujer desnudó su debilidad ante Jesús, quien era y sigue siendo Dios. Determinó en su vida que no quería vivir sola nunca más, se dio cuenta que sí existía ese Único que le amaba con locura, el único Ser capaz de acompañarle siempre en su vida. Al verse en una relación con Él, consecuentemente se percató de cuánto ella le había lastimado, cuánto ella le había fallado. Se arrepintió y Jesús la perdonó. Sus lágrimas fueron de dolor, de arrepentimiento, de descubrir que Jesús había estado siempre disponible, y todo el tiempo ella había decidido rechazar su amor. Con lágrimas aceptó la compañía de Jesús, su salvación y su perdón. Jesús al final le dijo: “tu fe te ha salvado, ve en paz”.
Creer es sinónimo de tener fe. Y la fe es confianza. Cuando buscamos matar la soledad y ser felices fuera de Dios, no estamos confiando en Él y en su amor. Y si no confiamos en Él, entonces confiamos en nosotros mismos y en nuestra infructuosa capacidad para hacerlo. Creer en alguien más que uno mismo, específicamente en ese Ser perfecto que nos ama con locura, nos perdona y nunca falla, es lo mejor que nos puede pasar.
Tal vez por crecer en un contexto religioso podrías pensar que crees en Dios. ¿En realidad lo haces? ¿O te sigues sintiendo sólo y en búsqueda de algo que llene tu alma? Si es así, no solo tu mente necesita conocer de ese Jesús, tu corazón necesita creer. ¿Te animas a creer hoy?
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